El monstruo sobre los hombros [Tumbas y sueños]

No cabe la vida
de las acelgas en los nervios.
No resbala la muerte
de los dedos en el corazón.
No sedimenta el amor
de los deltas en los pantanos secretos.
No brilla la soledad
de la noche allá más sobre el cielo más allá.
No se revela la ansiedad
de los pájaros de Hitchcock en las olas negras de los sueños.
No flota el remorderse uno
de las llamas en los latidos arrítmicos.
Y no aparece la fragilidad
de las encinas en los finos troncos doblados
por el viento del otoño

sin testigos

sin conciencia de tiempo
sin monstruo al que mirar en el espejo
sin espejo en el que hundirse
sin necesidad de alimentarse del sentido

del humor.

El falsificador de mentiras [Tumbas y sueños]

Yo soy exactamente como imaginas,
la estética, el honor y el hambre.

También soy exactamente como me imagina el otro.
Y también soy exactamente como me imagina el otro.

El espejo de la oscuridad
ha vaciado mis zapatos, mi piel, mis sombras.

No tengo necesidad alguna de pensar para saber quién soy.
Tú lo sabes exactamente:

la verdad es sólo una mentira que sirve para andar.

Oscurece.
Oscureces.
Oscurezco.

Somos exactamente como nos imaginó la nada.

La lluvia de la luna rota [Tumbas y sueños]

Estamos escondidos uno a cada lado del árbol
y la luna lanza un trueno antes de romperse.

Las raíces del árbol absorben aquella lluvia
para envejecer con la corteza de nuestro amor.

El búho de nuestro deseo se cobija entre las ramas
y canta soñando que tendrá más hambre
y que se saciará y que tendrá más hambre.

Los pedacitos de la lluvia están bajo nuestros pies.
Ya no existe luna en el cielo.
Ya no existen rayos.

El calor pisa el amanecer,
y evapora la luna rota que vuelve a parecer
una.

Tu libro de poesía [Tumbas y sueños]

Te sonríes cuando te digo que escribes poesía,
te sonríes de mí cuando te digo que no te mueves,
que bailas como una luciérnaga en la noche
pero que nadie te ve
como otra luciérnaga recostada sobre el sol.

No me crees cuando te digo que no te das cuenta
de que te gusta escribir sobre la piel del viento.
No me crees, no me crees
cuando te digo que hay algo de todos nosotros
que va a quedar un rato más en el mundo.

Miras a otro lado cuando te digo que no puedes escapar
de ser las manos que desnudan la poesía
como un padre a su bebé
como un hijo a su padre
como un amante a su amante.

Miras a otro lado para decirme entre carcajadas
que eres de lo más normal
y me lo dices encima,
mientras desnudas tu libro de poesía
sobre las caras de todos nosotros.

Bis [Tumbas y sueños]

Los recuerdos experimentan mutaciones a lo largo de su vida.

Comúnmente, un recuerdo nace con deformaciones impresionistas
en mitad del presente
y a veces incluso se vive un momento determinado
pensando en las líneas y contornos de un recuerdo que se sabe vencedor.

A la vuelta de la esquina, ya no queda referente real.
Y sacamos normalmente una goma de borrar que se forja
en los talleres de la emoción, ahí donde el tiempo interno no existe.

Esta es la forma del recuerdo típica.

Pero con el paso de los pies, el recuerdo va girando y girando
como el torno del alfarero
y nuestras vidas van moldeando el jarrón,
más angulado, menos, más estrecho en la obertura
o en la base más ancho,
y ese recuerdo se va volviendo una mutación constante.

Y al final ese recuerdo se despedaza como un jarrón,
sin querer, sin siquiera haberlo visto colocado en el pasillo.

Entonces el recuerdo nos hace un último bis
y se acomoda dentro, escondido en las letras de nuestros nombres:
no hace falta que le llamas recuerdo si no quieres,
puedes decir que se trata de ti.

vibraciones [cualquier otro habría hecho lo mismo]


El mordisco de tu mandíbula
me viene en la memoria de mis poros.

Mis cicatrices se abren como bocas de dinosarurio.
Ya no son mis pies los que marcan mi camino.
son estas cicatrices abiertas que me hacen soltar las manos
en el trapecio de tu alma.

Ahí en la red rota,
veo nuestra inocencia.

Y yo volando mientras tu sigues colgada
en uno de los hilos de mi baba.

Pero no es denigrante para nadie.
Los focos se delcaran en huelga general,
la electricidad reivindica su derecho a cortocircuitarse
y yo no puedo negar nada a nadie.

¿Sabes que te acaricié la mano un día que teníamos que correr mucho?

Me pregunto si lo sabes, si lo recuerdas,
aunque no sea un anillo de comprimiso, de esos que tienen pinchos,
por lo menos sería una manta cálida
si lo recordaras como una breve palabra
honesta
por mi parte
a ti.

Te fuiste no sé cuántos años.
Y yo me fui porque me quedé.
y te amé unas cuantas veces con mi polla erecta.
Pero después te amé en secreto como cierto tipo de hetero
que cree ser marica cuando lo único que es es un pequeño cobarde.

Sabes que te recordaré el día que acaricié tu mano.
Sabes que no querré nada.
Sabes que no lograré nada.

Lo sabes todo.
Excepto que me atrevería a escribir un poema,
aunque no entendieras nada de nada de nada.
Déjame almenos algo claro, turbio, sucio: te quiero,
un poco en mis sueños, un poco en mi vida.

buenas noches [cualquier otro habría hecho lo mismo]


Buenas noches, amor,
cuadriculada en una docena de imágenes,
fragmentada en una docena de dudas
como en un puzzle divertido de media tarde,
comprado el día anterior en un escape de frenesí.

Detrás de la cortina aguardastes,
y aguardé para correrla
y devorar tu sombra.

fantasía Disney [cualquier otro habría hecho lo mismo]


No me atrevo a tener dignidad
y a vestirme con las ropas que me corresponden
como suicida.

De verdad pretendí una vez dártelo todo
y vi la marca de tus labios en una carta
y aun así sólo vi la misericordia de Magdalena
en tres emoticonos de fábrica.

Sólo veo real la circulación de mi sangre en el cerebro
descendiendo por las cataratas de mis sienes
y mis ojos revoloteando como en la película de Los Pájaros
y soy capaz de estar en la otra acera durante diez segundos
sentir que estoy en cinta, únicamente porque te amo
-y me amo-

y mañana debo volver a la realidad del viernes al mediodía.
Me queda poco tiempo.
¿Qué puedo decir que no te haya dicho ya?
Que me destrozaste cuando me dijiste que no me amabas,
que los derechos y la moral se colaron por el embudo de mi boca
y me dejaron en el machismo y el fascismo emocional,
simplemente,
pero trato de recordar tus besos,
que el aire tenía demasiado polen cuando supe que estabas tan lejos
aunque me dijeras toda esa poesía cruda como un pedazo
de ternera muerta
que me sentí como Jesucristo en la cruz, sólo que no le pedí nada a Dios,
sólo el diablo y Hitler y Aznar podían entenderme cuando te dije que no te amaba,
que fui un acróbata un tanto cabrón, para hacerte más libre,
que me entrené para enfermar de olvido crónico,
envuelto en la piel pegajosa del tabaco
de otro tiempo.

coma diabético [cualquier otro habría hecho lo mismo]


Bailo en la oscuridad de la colocación.
Y pienso en ti, en lo imposible
que fuistes una vez,
y cómo me gustaría que me comieras
para vivir un rato dentro de ti,
y cómo tus visceras olerían a perfumes franceses
y hierba verde a 2.000 metros de altura.

Cómo me gustaría sentirme enamorado dentro de ti,
cómo me gustaría sentir el deseo de darte un hijo sin pensar en el bebé,
pero hace falta tanto tiempo
y tanto deseo
que no cabe en mí,
que soy pequeño como una frágil tarde descolocada.

Quiero enamorarme permanentemente de mí
aunque sé que es un crimen a la lógica del lenguaje, de la música, de la arquitectura.

Desearía no estar tan borracho para escribir algo valiente
pero también me alegro de ser valiente por hacer trampas
de romper las leyes y seguir otras leyes más.

Dame tus huesos, los amo.
Dame, tus órganos, los amo.
Dame todas tus lenguas, las devoro como si estuviera sano
y hambriento y sediento y ahora
saciado.

totalmente biográfico [cualquier otro habría hecho lo mismo]


Monto un pensamiento sobre otro
y me alzo por encima de mí y otro más
por encima del que se alzó.
Lanzo mensajes que me relatan
que me pintan
que me cantan incluso en los 15 minutos
que me imagino tocando las tres cuerdas de siempre.
Ahora anticipo la agradable sensación de los mismos arpegios
y ya no es un rosario nuevo y excitante
sino una fórmula predecible como la respiración
guardada en la chistera de la memoria
para casos de cuidados intensivos en mitad del soponcio
de la nada de la vida del todo.

Recito pensamientos privados de vergüenza ajena y
me pregunto por qué se puede sentir vergüenza ajena de algo
que no se dice y que apenas se piensa dentro.
La libertad del verso se me convierte en un conjunto de barras y por un momento decido romper el mismo esquema de siempre, a pesar de saber que no hay nada de original en ello. Lo único es que me he alzado por encima del que antes se ha alzado sobre mí. Pero tampoco es algo que resquebraja el monólogo. Y el silencio interior continuo.

Por cobardía, retomo el verso al vuelo
de un mosquito frente a la pantalla, azul, verde, negro, verde, azul,
y la botella parece más pequeña.

No sé qué hacer contigo y con ella.
No sé cómo amar. Perdí la costumbre o nunca aprendí.
Sólo me queda al mosquito dudando entre el queso y el vaso de vino
y se decide por el vino, lo pegajoso, el monólogo,
la dulce masturbación del enamorado.

Los sueños vienen aplastándose como clientes en las rebajas,
no están exentos de algo de crueldad primigenia,
ni yo tampoco, que soy la sombra detrás en las alturas
proyectando la película
para que yo solito en mi butaca
me imagine al resto del público en la oscuridad.

Y no paro de cambiar el rollo cinematográfico
a medida que en la fila seis y en la fila ocho
cambian los espectadores de mis sueños más frágiles.

Por una vez no decido cambiar lo que diré, lo que haré
cómo me desvestiré o cómo usaré el cuchillo de cortar el pan.

Dios, dame tu palabra para poder gritarte y parecer más grande
que la eternidad otra vez,
hasta que no aparezcas en ningún verso,
en ningún susurro que pretenda dobles intenciones.

Ya la vista se me va.
Y mis ojos mareantes pueden seguir el vuelo impredecible
del mosquito pero en mi estado…
¿qué más da matarlo o dejarlo vivir?
¿qué más da escribir o dejar de beber?

raya discontinua [cualquier otro habría hecho lo mismo]


sí lo sé,
que escribo una letra perdida,
un click que caerá en el muro
con el paso de más imágenes y más palabras
y más días,
sí lo sé,
que derramo una gota de agua
en el nido de un pájaro divorciado
y en el calor del hogar
se evapora en su corazón.
sí lo sé, lo sé,
que envío mensajes al cielo,
a las semillas, al demonio,
y que estoy demasiado lejos de aquello,
en el mundo del deseo
y es por eso que debo susurrarle algo al futuro,
como si fuera un dios pero sin serlo.

desearé un sueño que convierta
mi cuerpo en una bomba agridulce
mi mente en un cielo de millones de grises.

desearé un momento contigo
cuando el egoismo y el orgullo
descansen un poco en mis intestinos.

desearé un sueño contigo
y lo recordaré en pasado
cuando ya decida no hablar y por costumbre
no pueda abrir la boca.

te toqué con un dedo
y me tocaste
como una sombra al sol
y supe que podría darse el caso
de que yo fuera un sol de invierno,
o un puente de lego
que llena el espacio entre dos galaxias
o un puente de lego
que vacía las palabras de paja.

sigo tozudo con romper el tiempo
o bueno,
sí, lo sé,
no puedo romper el tiempo,
pero nunca quise romper ninguna prisión,
porque para soñar
sólo me queda ser real
como uno de los libros de la biblioteca de Babel,

y en la biblioteca hay un plan de fuga
y un plan para incendiarla
y un plan para escribirla otra vez
en una sola vida.

o sea que escribiré todo lo que pueda
sin la prisa de lo que hemos construido
sin la ceguera de lo que hemos enterrado
sin la amnesia de lo que hemos derrumbado.

Mi corazón sangra como un bolígrafo petado en mi pecho,
negro.

Tengo
los pies en el agua del café,
las manos en la corriente de aire,
la cara en la tierra húmeda y la espalda sobre la danza del fuego.

Bajo mi cráneo escondo la maleta de mis viajes.
Pasajero con el billete caducado,
tripulante sin papeles
polizón de mi propia golondrina;
aparto un poco la manta para verme desde fuera:

supongo que soy una raya
discontinua de carne y mente
rajando a conciencia un pedazo de la vida,
como tú y como el tipo que ha dejado de escribir esto.

en noviembre [cualquier otro habría hecho lo mismo]


En noviembre
las cosas iban a ser distintas.

Si me sobraba algo
iba a ser para una copa de whisky
o un juguete para mi sobrino
o quizá le habría comprado algo
a la gitana rumana que cada día
me deja en el tren
-con el amanecer mediterráneo a un lado
y en el otro las fábricas de pintura-

un paquete de pañuelos cerca de la ventanilla
porque sabe que un día u otro
me resfrío
me entristezco y
me ensucio.

Pagaría lo que me sobrara del mes de noviembre
por hablar con ella.

Claro que me condenarían al remordimiento
algunos psiquiatras, algunos curas,
algunos amigos, algunos desconocidos,
algunos policías, algunos integristas,
algunos hippies, algunos hackers,
algunos feministas, algunas machistas,
algunos mecánicos, algunas familias,
algunos huérfanos y algunos poetas.

En noviembre veré si las cosas van a ser distintas
pero nadie de ellos se verá obligado a saberlo.

Lo confieso.

corto, estrecho y ácido [cualquier otro habría hecho lo mismo]


Litros de alcohol y agua sobre la bañera,

y un tajo abierto
que me hice al agarrar una hoja blanca:
quise escribirme.

Un zumo de limón sobre la cocina
y mi lengua amarga
por chupar el sello de la que iba a ser mi carta.

Pero ahora tengo una bañera para mis venas
y dos limones licuados para mi boca.

El vapor se hace más denso. Los espejos
de mi conciencia se borran. Mi cabeza
descansa como un hueso enterrado. Mis brazos
flotan en el agua como dos hojas secas. Y los papeles
de mi memoria se hacen finos, transparentes,
como la piel cuarteada en las olas que insuflé.

Las gotas caen entre mi pelo
tal cual los días futuros caen de esa vida que podría no ser.
Mi cuerpo cae partido y exprimido y hueco,
como los limones,
y así se hunde en la bañera, como si fuera el cubo de la basura
y yo,
los deshechos de una vieja sombra de mí en un bolsa cerrada.

Pura física.
Pura química.
Pura astronomía de los deseos no verbales.

Las burbujas emergen
como un puñado de estrellas
eclosionando en el vacío de esta noche.

Las burbujas emergen
como el vómito caliente
de un bebé ardiendo arrugado en llamas de fuego.

Las burbujas de mi aire
acorralado en el fondo
se enlairan como zepelines estropeados

hacia el sol
más cerca
más cerca
más cerca.

Y mi boca vuelve a abrirse
para soplar en la cama de mi pecho,
en las sábanas de mi esperanza convaleciente,
en la almohada de mi autoestima lesionada,
en las mantas que precalientan
una breve frase para perdonarme a mí mismo.

Mis ojos vuelven a sentirse vivos
por el fuerte dolor de abrirse
bajo el agua
otra vez
de un golpe.

Y veo que el vapor hubiera seguido ahí,
y se habría marchado, como todo, todo, todo.

Algunas gotas caen del techo:
las últimas gotas de una lluvia
que se ha ido. El vapor se termina
colando por la rendija
de la puerta y se lleva entre su densidad
los últimos restos del lado oscuro de mi deseo,
los últimos restos de mi carne de gallina
y sus temblores,
y los restos últimos de mi vieja sombra,
ahora estrecha, delgada, casi imperceptible,
bajo un sol naciente en la otra punta del mundo.

Es ahí donde dicen que voy.
Es de ahí de donde dicen que vengo.
Es ahí donde dicen que se muere y se sigue
viviendo,
volando, nadando, arrastrando, excavando,
mordiendo, zumbando, hundiendo, lamiendo,
asiendo el alimento con las piernas,
colgándome de las nubes de las montañas,
colgándome de los rayos de los faros de las calles,
colgándome de los sonidos de las ilusiones que corren
como las hélices de mi hermano buitre,
en la otra punta
del mundo, de la cama, de la bañera, de la cocina,
con un vaso de dos limones casi perfectos
esperando a ser bebidos por mi garganta (un tanto suicida).

este y aquel [cualquier otro habría hecho lo mismo]


Hay noches que vienen de pronto
con el arsenal de historias jodidas de este y aquel,
y no sabes por qué
dejas abierto un túnel bajo el castillo
y entran cada una con su dolor personalizado
hasta las mazmorras de algunos de tus fantasmas
y las palabras contadas de tus amigos
revientan un sueño más de lo esperado.

Y es un instante pequeño
en el que lo darías todo por este y aquel,
hasta que la noche, esas noches,
se van pronto también,
cruzando el amanecer de nubes de lava
pisando la delgada línea solar que parte el mar
acurrucándose en el despertar de la arena inquieta.

Y sin sentir ningún reproche en tu pecho
a lo lejos recuerdas lo generoso que fuiste una vez.

(sin título) [cualquier otro habría hecho lo mismo]


Las patas escarban un viejo baúl
entre raíces delgadas y pieles tersas.

El sol azul deja de volar y se asienta
tenue como una vela en la rendija de la puerta.

Dos árboles en el horizonte viven solos.
Y su mirada verde se espesa bajo el peso del cielo
y la distancia
desde mis manos.

La noche se queda quieta,
escurridiza entre las calles,
como un chorro de agua en la madriguera de las hormigas.

Una pequeña ola de agua salada recorre el mundo.
Una nube se muere mil veces
antes de que un campo de amapolas
marchite,
y una montaña se vuelve atea con los pasos
de un isard
temblando junto a la puerta trasera de mi corazón.

Las dudas se me abalanzan como las patas de un escarabajo autista.
Las arrugas de mis retrovisores cavan
las grutas resbaladizas y ciegas en mi cráneo,
y así me veo;

abro el viejo baúl pero sale hidrógeno nada más
y caigo durmiente
con medio ojo abierto
esperando aquel beso huérfano, hambriento y pícaro
del final de un ciclo en la vida,
entre raíces delgadas y pieles tersas.

(sin título) [cualquier otro habría hecho lo mismo]


En el hígado alcohólico de nuestras promesas,
en los pulmones de nuestras manos temblando pegajosas,
en las venas de nuestra saliva llena de idiomas inmortales,
en las uñas de los momentos estúpidos y roñosos,
en la polla de un caballo recién nacido,
en los pechos tumbados sobre la hierba urbana,
en el pelo revuelto de la madriguera negra
en los muslos de los versos sobre la madre danza,
en la piel de la arena de nuestro desierto,
en el estómago de la guayaba agrietada,
en el cerebro del sonido de los bosques al viento,
en los ojos cachorros de nuestra suciedad imborrable,
en el corazón del otro lado de la noche.

Sí, allí.

(sin título) [cualquier otro habría hecho lo mismo]


La cafeína llega tarde

y alarga las horas que no debe
igual que una lluvia mal puesta
en la noche más oscura
sólo las gotas de lluvia y
sus golpes de piano sobre la alfrombra de su piel,
en el remojo de la luz sólida y transparente.

La cafeína llega tarde
y se desparrama pegajosa en la acera
hasta las rendijas de una alcantarilla
y dos o tres ratas superan en número
a un viajero que espera el metro,
escucha silencioso el sonido de los roedores
husmeando en la papelera,
en la lata de cafeína que se había desparramado
unos pisos más arriba, en la vida,
y los ojos del viajero quedan enratados
ante un cartel de publicidad
más grande que su esperanza.

Él por ahora se conforma con dejar de sentir su estómago
y se pone a imaginar que el camino es una jaula
y lo imagina para poder imaginar que puede escapar
aunque sepa ya y sienta ya el dolor de volver al crudo andén,
a las ratas, a la oscuridad de las luces eléctricas,
a la lluvia que se cuela susurrante en el profundo lienzo del túnel.

No sabe si mañana tendrá que darle la mano o dos besos
o si tendrá el valor o se cargará de remordimiento
sorbiendo con fuerza la conciencia,
como la rata en la lata de cafeína,
o si se será capaz de lanzar un amanecer en el mundo de alguien más,
de arrastrar el metro fuera del túnel y hacerlo flotar
justo encima de las cosquillas de la tormenta
o no sabe si mañana tendrá la constancia de seguir
con ganas
o si sus ojos negros conocerán otras manos y otras espaldas
y otras miradas sin la ayuda de la cafeína.

cruce [cualquier otro habría hecho lo mismo]


 El tiempo hacia atrás
en el inicio de la Tierra Baldía,
la humedad agarrándose donde puede
para no irse.

Cierra la ventana
pero los mosquitos y los bichos
ya han atravesado las cataratas de la Meridiana.

Wagner suena en la Tierra Baldía
y un mosquito se acerca a la piel hidratada
pero son dos dedos de Bailey’s
los que aguantan al poema.

La duda invade a la víctima
y finalmente se apoya en la copa.

El lector deja el libro abierto,
boca abajo, con cuidado para no perder el punto,
y agarra la copa con cuidado.

La otra mano se prepara, quieta, pensando,
en la posibilidad
de romper el vaso, de sangrar un domingo por la tarde,
con la sala de espera del hospital
llena de gente enferma por querer liberarse del lunes,
y el poco tiempo que queda para seguir leyendo.

El mosquito muere. Sólo él sangra, sobre la madera
donde antes estaban las manos que sostenían la Tierra Baldía
donde antes parecía suceder un final de semana más.

Ahora el sonido sigue.
Ahora el mosquito sigue volando entre el pañuelo en la papelera.
Y ahora la Meridiana se parte en un brevísimo terremoto
surgido de entre las placas tectónicas del silencio.

¿Lo escucha, señor Anderson? ¿Y ahora qué ruido es ese?
¿Qué hace el viento?
Nada, otra vez nada. Es el sonido de lo inevitable.

 El tipo se pone a escribir justo antes de caer muerto
de sueño
sin demasiada fortuna

la imagen [cualquier otro habría hecho lo mismo]


Hablo con gentes y sólo veo espejos:
el que me copia la cara
el que me la deforma para subyugarse a mí
el que me engorda para sentirse más fuerte que yo.

Un día cogeré un martillo y empezaré a romper
caritas de cristal,
sin demasiado arte, cierto.

Pero más vale estar solo
que en un teatro reconvertido en fábrica.

Solo, en silencio, en la oscuridad.